Su objetivo es determinar la real captación de CO2 del mar y el impacto que tiene el agua dulce de los deshielos en el plancton, alimento de diferentes especies, como las ballenas.

El sensor será instalado en el Seno Ballena, cerca de la entrada del Estrecho por el Pacífico.
Richard García, El Mercurio. La mayoría de las proyecciones sobre cambio climático advierten que el aumento de 1,5 grados en la temperatura media del planeta, previsto para 2050, incidirá en un retroceso importante de una parte significativa de los glaciares del mundo, incluyendo los patagónicos.
“Este derretimiento permanente de los hielos, que están pasando muy rápidamente del estado sólido al líquido, podría cambiar ciertas propiedades físicas y químicas del océano austral”, reconoce José Luis Iriarte, oceanógrafo e investigador del Centro de Investigación de Dinámica de Ecosistemas Marinas de Altas Latitudes (IDEAL) de la U. Austral.
Para conocer ese impacto en forma documentada, IDEAL instaló el lunes, en el Seno Ballena del estrecho de Magallanes, un sensor que medirá la presión de CO2 en el agua y las variaciones en el pH, con lo que indirectamente se medirá el cambio que genera el agua dulce procedente de los deshielos al ingresar al mar.
El océano atrapa naturalmente el CO2 mediante el proceso de fotosíntesis de las plantas submarinas. Pero producto de la emisión de gases de efecto invernadero, la concentración de CO2 en la atmósfera ya superó los 400 ppm, y no se sabe si el excedente puede ser absorbido por el océano.
“El objetivo es mantener el sensor en el lugar por dos o tres años para poder medir cómo variaron los registros en el tiempo y comprobar, por ejemplo, si efectivamente el flujo de CO2 va de la atmósfera al mar”.
En cuanto a los efectos del agua dulce en la superficie del océano, quieren determinar si esas descargas están modificando el agua superficial, y de qué forma.
“Esta zona es muy importante, porque muchos procesos biológicos que nos interesan se presentan aquí en los primeros 50 metros, como la fotosíntesis o la alimentación de las ballenas”.
Cambio en la dieta
El aumento del CO2 reduce el pH, con lo que se incrementa la acidez. Al contrario, la entrada de agua dulce hace que la acidez disminuya, lo que tampoco es necesariamente bueno. “Lo normal es que los océanos, por su concentración salina, presenten un pH 8; es decir, básico”, indica.
En aquellos glaciares donde hay derretimiento de hielo, este puede afectar la circulación de las aguas al entrar una nueva capa de agua dulce menos densa sobre la capa de agua salada. Esto podría alterar la presencia de nutrientes. “Hay que ver cómo las aguas muy ricas o pobres en nutrientes podrían cambiar la estructura de la cadena trófica; no lo sabemos. Lo primero que hay que saber es si el hielo presente allí tiene nutrientes, y de qué tipo; los análisis recién están comenzando”.
En la Patagonia norte, al menos (Puerto Montt, Chiloé y los fiordos), el agua dulce que viene de los ríos es muy pobre en nitrógeno y fósforo, pero es muy rica en ácido silícico, que es un nutriente importante. En el sur todavía se desconoce.
Cambios en la estructura comunitaria de los organismos del zooplacton podrían generar alteraciones importantes. Por ejemplo, las ballenas consumen krill porque los nutrientes existentes favorecen su presencia. Pero también en el zooplancton hay otras especies, como las salpas, que son organismos gelatinosos menos nutritivos. Si el ecosistema se alterara y aumenta su presencia, eso afectaría los niveles más altos de la cadena trófica.
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