Hacen incursiones cortas, a no más de 20 metros de profundidad, con un sofisticado equipo que pesa 40 kilos y en un mar que tiene entre o y 2 grados.

Paulina Bruning en búsqueda de un coral poco conocido llamado Alcyonium SP.

Ariel Diéguez, Las Últimas Noticias. Base Escudero. “En la Antártica me enamoré del buceo. No me gustaba, pero me encanté cuando lo hice aquí por primera vez”, cuenta María José Díaz, bióloga marina y la primera buzo científico de Chile. Si el día lo permite, se sumerge en las aguas de la Bahía Fildes, con sus compañeros buzos, para seguir profundizando su investigación: ¿Qué sucede con las colonias de pequeños animales en el fondo marino cuando les pasan por encima las algas removidas por el oleaje?.

Paulina Bruning, también bióloga marina y buzo científico, rastrea las rocas en busca de un coral poco conocido llamado Alcyonium SP y se entretiene más que María José, porque está rodeada de llamativas especies de todos los tamaños y de todos los colores. “Son lugares de alta biodiversidad. Es como el Caribe”, sonríe”.

María José, Paulina y dos compañeros, Ignacio Garrido y José Valenzuela, pertenecen al Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (Ideal) e integran la Expedición Científica Antártica 54, que dirige en este momento el Instituto Antártico Chileno (Inach) en el continente blanco.

Los trajes que ocupan para bucear en estas latitudes son de neopreno comprimido y ellas tienen varios problemas cuando se los ponen. “Acá en Chile no venden trajes para mujeres”, dice Paulina. “Eso póngalo en mayúsculas. El buceo es muy machista”, interviene María José. Están obligadas a usar trajes para hombres, que no se ajustan bien ni en las muñecas ni en el cuello. El resultado es que el agua se cuela en esas zonas del cuerpo.

“El traje termina en la muñeca y el guante es totalmente aparte”, explica María José. “Las manos son las que más sufren”, asegura Paulina. Si usamos guantes del mismo material del traje, perderían sensibilidad para extraer las muestras, así que simplemente corren el riesgo.

“No es que a uno le entre como una cascada de agua, pero se empieza a mojar la ropa que llevamos dentro y salimos mojadas completa”, cuenta María José.

Eso tiene sus consecuencias en la investigación. Tablas internacionales indican el máximo de tiempo que un buzo puede estar a cada profundidad en aguas antárticas, que en esta época tienen una temperatura entre 0 y 2 grados. Estas investigadoras deben bucear mucho menos que esas normas. “Hay limitaciones porque nos da mucho frío”, explica Paulina.

El neopreno comprimido además tiende a flotar y, por lo tanto, deben usar más peso para sumergirse. Incluso la botella de oxígeno no puede ser de aluminio, como las normales. Deben ser de acero. “La botella pesa 25 kilos”, cuenta José. “Tenemos que usar 16 kilos de plomo”, dice Paulina, “Creo que nos metemos al agua con 40 kilos en total”, calcula María José.

Los reguladores de oxígeno además deben ser especiales. “No se pueden congelar. Tienen que tener un líquido anticongelante. Si se congelan, el flujo de oxígeno se va en diez minutos”, cuenta Ignacio.

“Todo lo que no está en tierra en la Antártica está en su mar”, cuenta María José Díaz.

La profundidad debe respetarse. A pesar de que los cuatro tienen licencia para bucear hasta 30 metros, no sobrepasan los 20. La razón es pura precaución: “Aquí en la Antártica no hay cámaras hiperbáricas, en caso de accidente de presión”, dice Ignacio.

Cada proyecto que involucre buceo en la Antártica debe estar muy aterrizado. “Es difícil trabajar debajo del agua. El papel aguanta mucho. Uno tiene ideas y quiere hacer cosas, pero al momento de hacerlas todo se complica. Hay que pensar una pregunta interesante, pero que sea factible también logísticamente de responder”, asegura Ignacio.

La fascinación siempre puede más que las dificultades. “Todo lo que no está en tierra en la Antártica está en su mar”, cuenta María José y pone el ejemplo de un alga parda. “Cuando se acumula, parece un sauce. Están encima de piedras grandes y caen como verdaderas ramas. Uno abre ahí y se encuentra con un montón de otras algas, corales, esponjas. Se forman unos hábitats fascinantes debajo de esos sauces”, explica.

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