Científicos nacionales instalaron dos sistemas de monitoreo en el Estrecho de Magallanes y Canal Beagle para medir las características del agua en profundidad durante un año. La hazaña duró 10 días, fue encabezada por especialistas del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) y se convirtió en un hito de la oceanografía chilena.
Por Andrea Navarro Gezan, desde Canal Beagle para Revista Caras. Esta aventura parte en julio de 2017. La temperatura marca 7 grados, pero la sensación térmica bordea los -1° Celsius. Es la segunda campaña oceanográfica del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile al Estrecho de Magallanes, los fiordos australes y el Canal Beagle.
A bordo del Forrest, una embarcación que en la actualidad realiza viajes turísticos por la región de Magallanes, 17 científicos —en su mayoría biólogos marinos y oceanográficos— están divididos en cinco grandes grupos de trabajo: oceanografía química, física, biológica, paleocenografía y microbiología. Pese a las diversas áreas, existe un elemento transversal que será estudiado por todos: la ‘Munida gregaria’, un crustáceo conocido como langostino de los canales que mide en promedio 2.4 centímetros, habita en la zona sub-antártica y es el alimento de ballenas, peces, aves y otros invertebrados marinos.
El propósito de los investigadores es entender cuál es el rol que cumple esta especie en el sistema marino austral. Con ello buscan levantar información base, pues en Chile ha sido pocas veces estudiada. Tras la primera campaña oceanográfica del Centro IDEAL, realizada en octubre de 2016 a la misma zona, los investigadores detectaron que en los fiordos australes existe gran abundancia de ‘Munida’. Dentro del plancton, aproximadamente el 80% de la biomasa está concentrada en esta especie en particular por el tamaño que tiene.
“En los fiordos de la zona sub-antártica, ‘Munida’ podría cumplir un rol similar al del krill antártico, alimento crucial para las tramas tróficas del continente blanco. Entender cómo es su fisiología, comportamiento y reproducción es parte esencial de lo que investigamos”, explica Humberto González, director del centro. El objetivo principal es instalar dos anclajes que permitirán registrar las características físicas, químicas y biológicas de las masas de agua durante un año en Punta Santa Ana (Estrecho de Magallanes) y Bahía Yendegaia (Canal Beagle).
En ambos lugares, los equipos recolectarán información de la temperatura, la salinidad y el oxígeno disuelto del agua a diversas profundidades. Esto permitirá entender cómo el cambio global está afectando a los sistemas marinos y organismos que habitan la zona sub-antártica. “El anclaje es un sistema autónomo compuesto de varios sensores distribuidos a distintas profundidades y capaces de recolectar datos de las condiciones cada una hora, sin importar las condiciones meteorológicas”, explica Ricardo Giesecke, jefe de la expedición.
La motonave Forrest fue donada en 1967 por Inglaterra a las Islas Falkland (Malvinas) para mejorar su conectividad entre estancias e islas y en el 2000, una empresa marítima chilena lo compró. Allí, en ese barco, que combina dos actividades claves en Magallanes —turismo y ciencia—, y que aún navega con su motor original, conviven en esta campaña cuatro generaciones de científicos: investigadores seniors y jóvenes, asistentes de investigación y tesistas. La maniobra no es fácil: llegar al Canal Beagle desde Punta Arenas implica navegar más de 30 horas a una velocidad promedio de 8.5 nudos, con permanente viento y un mar inquietante. Bahía Yendegaia, Canal Beagle El trayecto comienza en el muelle de Asmar, en dirección al sur.
Después de dos horas del zarpe, el Forrest surca las cercanías de Puerto del Hambre, el mítico lugar en que el capitán español Pedro Sarmiento de Gamboa fundó la efímera Ciudad Rey Don Felipe, donde tres años más tarde rescataría a un único sobreviviente. Luego, la embarcación continúa por Cabo Froward, el punto más austral del continente americano.“Estoy nervioso”, dice el inglés Steve Beldham, el experimentado suboficial técnico que está a cargo de la mecánica del barco desde el año 2000. Es el tercer día de navegación. Los científicos han extraído muestras de agua en diversas estaciones a lo largo del brazo noroeste del Canal Beagle y el Forrest navega a Bahía Yendegaia, que en lengua yámana significa bahía profunda. En este tipo de expediciones, donde se trabaja por turnos de día y noche, los investigadores suelen dormir poco realizando lances de equipos en el agua y distintos experimentos. Todo el arduo trabajo científico diario se ve finalmente recompensado cuando llega el sonido de la campana, que indica que es tiempo de comer.
En Bahía Yendegaia se ubica el glaciar Stoppani que desde la última glaciación ha retrocedido 11 kilómetros. Sus aguas, cargadas de sedimentos, forman un río que desemboca en un fiordo. Allí, en plena bahía, con una profundidad de 395 metros, se lanzará el primer anclaje, con un peso muerto que alcanza los 700 kilos. Este, además, lleva consigo una trampa de sedimento que quedará sumergida a 250 metros de profundidad y medirá el flujo vertical de partículas en la columna de agua durante un año. En julio de 2018 deberán regresar y retirar la información obtenida.
La maniobra para instalar el anclaje comienza a las 8:15 horas. A través de un ecosonda, los doctores Ricardo Giesecke y Humberto González junto al capitán del Forrest Roberto Mansilla, miden las profundidades de la bahía para determinar el lugar exacto donde lanzarán los equipos. Es el día más frío y ventoso desde que comenzó la expedición. Los científicos y técnicos se encuentran desplegando equipos y sensores en toda la cubierta para preparar el anclaje. El investigador José Garcés-Vargas y el biólogo marino y asistente de investigación Eduardo Menschel, tienen una de las misiones más importantes de la jornada: ensamblar el anclaje. Tras unir los sensores y las boyas a cadenas de fierro, Menschel —más conocido como Lalo— ata la trampa de sedimento a diferentes cuerdas para que el peso del equipo encuentre equilibrio y no se mueva al momento de ser levantado por la grúa con pluma que posee el Forrest.
Paralelamente, Mauricio González, un estudiante de biología marina de la Universidad Austral de Chile, que por primera vez se embarca, está a cargo de anotar y chequear todos los instrumentos de medición que serán lanzados al mar. Tras arrojar las boyas, con sensores que medirán la temperatura, la salinidad y el oxígeno disuelto, es tiempo de lanzar la trampa de sedimento. Por la peligrosidad de la maniobra, todos –salvo Steve y el operario de la grúa pluma– deben alejarse. El capitán posiciona la embarcación hasta el punto donde se acordó instalar el anclaje y se da la orden de liberar los 700 kilos al agua. Con un estruendo caen, arrastrando detrás todos los equipos que quedarán sumergidos durante un año.
A las 18:40 horas el primer anclaje ha sido instalado con éxito. Los nervios de Steve Beldham han llegado a su fin. “Instalar un fondeo en condiciones meteorológicas poco favorables es un desafío enorme. Existen múltiples variables que hay que considerar para que la maniobra no fracase. Se necesitan meses de coordinación y preparación”, asegura González.
El regreso a casa
Las condiciones meteorológicas no son las mejores. Hay viento, lluvia y el mar está ajetreado. Mansilla se comunica por radio con oficiales de un barco de la Armada que se encuentran en medio del lugar y quienes le dan el vamos para continuar. El Forrest sigue su rumbo enfrentando un mar con olas de hasta cuatro metros. La mayoría de los investigadores permanece sentados, pues no es fácil mantener el equilibrio. No hay nadie en cubierta. El viaje está llegando a su fin. Es el último día de expedición y la motonave avanza en pleno Estrecho de Magallanes. Al arribar a Punta Santa Ana, llega el momento de instalar el segundo anclaje, cuya longitud total alcanza los 400 metros y su peso muerto supera los 300 kilos.
La maniobra parece más simple que la anterior, pero el Estrecho se mueve con fuerza. Tras amarrar los sensores a una cuerda, los investigadores la lanzan junto al peso muerto. Siete hombres esperan que los equipos se sumerjan. Todo debe quedar bajo el agua. El capitán, desde el puente de navegación, utiliza binoculares para ver si hay rastros de las boyas, que fueron los últimos elementos en ser arrojados. A simple vista no se ve nada. Tras más de 15 minutos observando en el Estrecho de Magallanes que no haya boyas flotando, los científicos concluyen que el lanzamiento del segundo anclaje resultó a la perfección.
Paralelamente, en las cercanías de Punta Santa Ana, se instaló una estación meteorológica, que permitirá establecer la relación entre la atmósfera y la columna de agua. Esta es la primera serie de tiempo oceanográfica que se realiza en el Estrecho de Magallanes, lo que permitirá levantar información que antes no había en la región. Pese a que existen monitoreos constantes de marea roja por parte de instituciones como el Instituto de Fomento Pesquero (IFOP), hasta la fecha no ha habido investigaciones que otorguen una mirada integral de lo que sucede en sus aguas.
“Muchos de los procesos que ocurren en los primeros metros de la columna de agua pueden ser explicados con lo que sucede en la atmósfera, por tanto, se hizo imprescindible la instalación de una estación meteorológica cerca del anclaje”, comenta José Garcés.
“Hay un antes y un después tras esta campaña. La información que nos entregarán los anclajes será crucial para entender los sistemas marinos de la zona sub-antártica”, concluye José Luis Iriarte del Centro IDEAL. Es viernes 28 de julio y la misión está cumplida. Los científicos chilenos han marcado un hito en la oceanografía nacional. Es tiempo de regresar a casa.
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