“Es una sorpresa este organismo, es muy simpático”, describe Humberto González, doctor en Oceanografía.
Ariel Diéguez, Las Úlimas Noticias. “Nos encontramos con pequeños cardúmenes de langostas rojas que han sido vistas por casi todos los que han pasado por estos mares. Distan mucho de colorear el mar de rojo como Dampier y Cowley dicen, lo que podría hacerme afirmar que nunca vimos más de pocos cientos de ellas al mismo tiempo. Capturamos, sin embargo, varias en las cañas y en las redes, y las describimos con el nombre de Cancer gregarius”.
El explorador y naturalista inglés Joseph Banks registró en su diario los manchones de estos crustáceos que vio cerca de Tierra del Fuego, desde el Endeavour, el barco del capitán James Cook, en enero de 1769. Manchones solamente, nunca tanto como para cubrir grandes extensiones de agua.
Una expedición científica del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (Ideal) comprobó que las langostas rojas, conocidas ahora como Munidas gregarias, parece que se escondieron de Banks, porque su cantidad en esa zona es sorprendente.
“Encendimos focos en el barco de noche y prácticamente el mar se veía rojo”, describe Ricardo Giesecke, doctor en Oceanografía de la Universidad de Concepción, profesor de la Universidad Austral y jefe de esta expedición. Claro que así no se puede calcular la densidad poblacional de estas pequeñas langostas, porque la luz las atrae, igual que a las polillas, y por lo tanto se concentran alrededor de las embarcaciones.
Un método más acertado es el que hicieron de día. “Sacábamos redes de plancton y entre el 95 y el 98 por ciento de lo que recolectábamos era Munida. El resto eran otros organismos. No es sólo que había muchas, sino que también son de gran tamaño”, cuenta. Nunca había visto algo igual con una sola especie.
La Munida gregaria, también conocida como langostino de los canales, puede llegar a medir seis centímetros y tiene tenazas como las jaibas.
“Desde la perspectiva ecológica, ha sido súper interesante. Pensamos que podría tener un rol ecológico similar al del krill en la Antártica”, dice Humberto González, doctor en Oceanografía de la Universidad de Bremen, Alemania, profesor de la Universidad Austral y director del Centro Ideal.
El krill es la base de la alimentación de animales en el continente blanco y la Munida gregaria lo es de ballenas, lobos marinos e incluso aves en las regiones Undécima y Duodécima. Las altas concentraciones de esta especie son una buena noticia, porque ningún animal que coma esta especie va a pasar hambre.
Esta langosta roja tiene un apetito voraz. Se alimenta de organismos pequeños y de material orgánico suspendido en el agua. “Agarra una presa con las pinzas y se la lleva a las partes bucales. Teníamos montones de Munidas en recipientes y veíamos cómo de repente una grande agarraba a una chica y prácticamente la destrozaba. La abría en dos partes, la llevaba a la boca y se comía todo: las pinzas, las patas, todo. Hay un canibalismo enorme”, cuenta González. “Es una sorpresa este organismo, muy simpático. Y nos va a dar más sorpresas”, asegura.
También la Munida tiene, en varias partes del cuerpo, pelillos con los que puede atrapar organismos mucho más pequeños, que no puede agarrar con las pinzas.
Cálculos más precisos sobre la población de Munida en la zona podrán hacer los científicos el próximo año, cuando recojan los datos de los instrumentos que instalaron en la Bahía Yendegaia y en el Fiordo Pía. Entre ellos hay sonares que pueden medir el tamaño de los cardúmenes.
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